A veces, la poesía nos dá la sensación de referirse a una sola y única clase de amor: El amor denominado romántico. Pero yo creo que no es así.
En realidad, al amor no puede verselo a la cara. Entonces, lo que escribimos y relatamos, en nuestros poemas y cuentos, son los reflejos del amor que percibimos en nosotros mismos. Las vibraciónes que nos conmueven y nos hacen oscilar permanentemente. E incluso, la indiferencia que podemos experimentar frente a la experiencia de lo real. En tal sentido, la poesía no habla del amor en si mismo, romántico o no, sino que habla de nosotros mismos. Habla de como se refleja la experiencia amorosa en nuestra propia interioridad. Y desde tal punto de vista, todo poema nos acerca más al conocimiento de si mismo.
Sin ambargo, El amor existe. Una cosa no puede tener un reflejo, o dejar una sombra, o una marca, si no existe, y no es real. De modo que existe la experiencia de un amor real, concreto y práctico. Tal como podemos reconocer en los reflejos que deja dentro de nosotros mismos. Acerca de este amor, real, concreto, y práctico, quisiera reflexionar.
En principio, los individuos podemos ser de dos clases muy diferentes. Podemos dar y podemos tomar. Podemos ser como ventiladores, o como aspiradoras. En la práctica, esto es muy importante, porque es lo que genera la experiencia amorosa y le otorga toda su complejidad y variedad.
El individuo que toma, va en busca del amor para tomarlo. Lo quiere para sí mismo. Quiere que sea su posesión. No quiere compartirlo, ni competir, ni soltarlo, ni dejarlo en manos de los demás. Va a la conquista. Toma por asalto. Acapara. Encierra o encarcela el amor, a fin de asegurarse que sea solo para si mismo.
El individuo que dá, no va en busca del amor, va en busca de otra persona para darle el amor que ya posee en su interior. Busca a alguien que valga la pena, que se le pueda considerar merecedor, y lo busca para dar, para expresar, para comunicar, para compartir, para alagar, para regalar, para ayudar, para salvar, para sanar, para animar, para dar vida.
Es obvio que en la práctica, las dos clases de actitudes son muy diferentes. Y también es evidente que ambas generan muy diferentes experiencias, y muy diferentes variedades de relaciones humanas.
Dos personas que dan, pueden complementarse muy bien y enriquecerse la una a la otra extraordinariamente, o tambien pueden trabarse en una inacabable competencia. Una persona que da y una persona que toma, pueden parecer la combinación perfecta, pero generan un ganador y un perdedor, uno muy feliz y satisfecho consigo mismo, y otro muy agotado, deprimido y bajo de autoestima. Y también pueden generar una lucha, un tironéo sin final para evitar llegar al fin lógico de la relación, o para lograr el éxito o la autopreservación. Finalmente dos personas que toman generaran una relación de mutua competencia, de tira y afloja, de cosas que van y vienen, de exitos transitorios, y de derrotas temporales, de lucha, de insatisfacción personal, de agotamiento progresivo, etc. Ya vén ustedes todas las variedades de amor práctico que hay.
Todas estas experiencias son fáctibles de reflejarse en el interior de cada uno de nosotros. Y ser relatadas mediante poemas, cuentos, y novelas, que muchos pudieran interpretar como "De amor romantico". Cuando en realidad, se trata simplemente, de reflejos del amor real y práctico con los que podemos identificarnos o rechazar.
Subsiste bajo toda esta cuestión, la realidad de que el amor existe. El ser humano experimenta en el amor, cualquiera sea su forma la riqueza del vivir. Del sentirse vivo y del ser. El amor no es algo que uno crea. Asi como el apetito, o las necesidades fisiológicas, el amor es algo puesto por Dios en cada uno de nosotros. Algo que cada quién aborda a su manera. Algo que nos es imprescindible para vivir, aún cuando escape a todos nuestros esfuerzos por definirlo. Es en el amor concréto, práctico, de cada día donde mejor expresamos lo que somos, lo que podemos ser, y nuestras tendencias más exelentes o más despreciables.
A más fuerza o más intensidad del sentimiento, más altos los picos y mas profundos los valles de las vibraciónes que se reflejan en nuestra intimidad y conmueven nuestro ser. A menor fuerza o menor intimidad del sentimiento, Oscilaciones más tenues e imperceptibles. Y Cuando no existe el sentimiento del amor, o estamos anestesiados a él, una línea monótona sin altos y bajos. Una chatura espiritual, y emocional, que no es capaz de movilizar ni siquiera un átomo de nuestro cuerpo físico, o de nuestro mundo espiritual.
Retratar y describir, esta dinámica refleja, de algo que no podemos ver a la cara, que no podemos apresar en conceptos, que no podemos definir, que no podemos conocer a menos que lo experimentemos en nosotros mismos, es la tarea del poeta y del escritor. Y aunque no siempre las palabras seleccionadas sean felices y presisas. Son sin embargo, una aproximación.
Sin amor, sin el amor real, y práctico, de cada día, nuestra existencia no sería vida. Sería un sopor inmundo, un astío, una monotonía, un aburrimiento, donde ni siquiera existirían la nostalgia, o la esperanza. Donde la vida carecería de todo sentido.
La persona humana, no está completa sin amor. La persona que no es capaz de amar sufre. La persona que no puede expresar su amor que no puede dar, está perdida. Aislada de la humanidad. Vegeta y luego muere. Muere de inanición. Porque el amor, es el más grande alimento espiritual que le ha sido dado a la humanidad.
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